Desde hace cinco años, Audrey Aegerter está enojada. El momento que lo cambió todo estuvo precedido de una pregunta en la consulta de la endocrinóloga: ¿por qué su hermana debía someterse a un test genético? La mujer respondió que, de esa manera, si se quedaba embarazada de un bebé como Audrey, su hermana podría tomar la buena decisión. La buena decisión, para esa médica, quería decir abortar.
Audrey comprendió que si sus padres hubieran seguido ese consejo, ella no estaría aquí: Entonces empecé a hacerme preguntas. Estaba furiosa.
Tiene 29 años y es de Neuchatel, Suiza, aunque creció en el cantón de Berne. Le gusta correr, ir en bici y, desde hace algunas semanas, juega a Kin-ball en la Universidad Libre de Bruselas. También allí estudia el primer año de doctorado. El colegio no le gustaba, no pensó que emprendería una carrera académica. De niña quería ser cantante, bióloga o cuidar caballos. Ahora quiere adoptar un perro y llamarle Godzilla. En internet, no es Audrey, sino Audr xy. XY son sus cromosomas: Audrey es una mujer intersexual.
Las personas intersexuales, para mí, son todas las personas que han nacido con características sexuales –los cromosomas, las hormonas– o que las desarrollan en la adolescencia –los pechos, la vellosidad– que no corresponden a la definición actual de masculino o femenino. Es importante decir ‘actual’ porque lo que consideramos hoy como sexo femenino ha evolucionado muchísimo, igual que la definición de sexo masculino, me dice en la cocina de su departamento.
El 1,7% de la población mundial es intersexual, según la estimación de la bióloga Anne Fausto-Sterling. Una persona de cada doscientas. “Una proporción similar a la de pelirrojos”, dice el youtuber intersexual Pidgeon en uno de sus videos. Solo que a las personas intersexuales las someten a cirugías y tratamientos médicos invasivos. Estos se popularizaron con la publicación del estudio del psicólogo John Money a mitad del siglo pasado. En él decía que el sexo, una vez asignado, puede ser “condicionado y adaptado en los niños a través de las normas de género”.
Es decir que se modifican cuerpos sanos para que encajen en la casilla hombre o mujer. No hay una enfermedad. No se persigue una cura, sino controlar los cuerpos que escapan a la norma.
Algunas personas intersexuales han ganado casos judiciales. Los protocolos internacionales ahora son otros. Las Naciones Unidas y la Unión Europea piden a los países que protejan a los niños intersexuales. Pero en la práctica, los nuevos protocolos no se aplican y las operaciones innecesarias, no consentidas o mal informadas continúan.
Una decisión drástica es, a veces, la parte visible de un terremoto interior. Por ejemplo, hay quien se tiñe el pelo después de una ruptura. Mudamos de piel y nos exponemos bajo el sol. Necesitamos expresar, hacia fuera, con urgencia, eso que hemos experimentado por dentro: necesitamos solidificar el cambio.
En cierto modo, para Audrey el viaje fue inverso. Primero modificaron su cuerpo cuando era niña. Después, de adulta, cambió su visión del mundo y su lugar en él.
He conocido personas que están contentas, momentáneamente, después de la operación. Hablamos de operaciones no consentidas, operaciones consentidas como en el caso de personas trans es otra cosa. Yo, personalmente, estaba contenta después de haber sido operada. Muy contenta. Me decían que hacía falta, que estaba enferma. Pensaba, tengo un problema, por tanto mis padres me han hecho operar, las operaciones eran necesarias. Yo no sabía que existía la posibilidad de no hacerlas.
Pero la mayoría no saben hasta mucho después o nunca llegan a saber cuál es el objetivo de la operación, que había una elección, que podían hacerla más adelante o no hacerla nunca, que hay efectos a largo plazo. A pesar de ello, los médicos dicen que la mayoría de personas están contentas después de ser operadas. Yo era parte de esa mayoría, porque no sabía que podía no estar contenta.
Después de la visita a aquella endocrinóloga en 2016, Audrey, que por entonces estudiaba administración de empresas en la universidad, contactó con Floriane Devigne, una directora de cine que estaba recogiendo historias de personas intersexuales para una película. Luego, en 2017 fundó la asociación InterAction Suisse. Hace tres años subió el primer video a su canal de Youtube, llamado “Hay un problema con vuestra hija”. Hace algunos meses comenzó su tesis de doctorado en Bruselas, que investiga el surgimiento del movimiento intersexual en Europa.
Creo que está bien estar furiosa. Yo estoy furiosa por muchas cosas. Asociamos la cólera a algo que es demasiado emocional: es irracional la cólera. Sin embargo, yo creo que no estar furiosa es irracional. No estar encolerizada es vivir con los ojos cerrados. Estoy contenta de haber tenido las herramientas en mi entorno para transformar esa cólera en algo útil, algo eficaz.
La mayoría de las personas intersexuales no son activistas. Muchas se identifican como cis y heterosexuales: no entienden porqué la I forma parte del acrónimo LGBTI. Sin embargo, dice Audrey, que la I pertenece porque los valores y las ideas que informan las operaciones y tratamientos de las personas intersexuales son homófobos y tránsfobos. Hay mucha confusión: He sido invitada a paneles en donde estoy hablando durante una hora de mutilación genital, de tortura, pero en la sesión de preguntas alguien dice, ‘entonces, los niños intersexuales ¿a qué baño van?’ ¡A quién le importa! Los niños irán al baño que quieran ir, yo te hablo de cortar o no un órgano genital.
Desde su nacimiento, una parte de la historia de las personas intersexuales se borra o se oculta. Sin embargo, Audrey cree que contar su historia puede provocar un cambio. Las historias personales son muy importantes, dice. En 2006, grupos de activistas contribuyeron en la actualización de los criterios de actuación médicos, en lo que se conoce como Consenso de Chicago. Nunca antes una persona del colectivo había sido preguntada sobre las operaciones realizadas sobre su cuerpo: tuvieron que pelear para ser escuchadas. Sin embargo, los cambios en el protocolo no satisfacieron sus demandas. En 2016, el aparato médico abandonó el término intersexualidad para empezar a hablar de ‘desarrollo sexual diferente’.
Es una aproximación totalmente nueva de la percepción de los niños intersexuales. Cuando un niño nace, ya no es un niño intersexual sino un niño que tiene una trastorno, es una niña con una trastorno.
Los niños intersexuales, dice Audrey, son despojados de su derecho al amor incondicional incluso antes de su nacimiento. Para ser amados por sus padres, para ser aceptados por la sociedad, sus cuerpos deben ser modificados. No solo desde bebés son operados sin su consentimiento, también de adolescentes. Se dan tratamientos hormonales a las embarazadas. Hay 75% de abortos selectivos para ciertas variaciones. No se trata de tener o no la opción de abortar, se trata de que se informa mal a los padres. Se les dice que su bebé, que está sano y que era deseado, tiene una enfermedad rara y congénita.
Es violento.
Quizá ahora ya no tanto, pero antes estaba escrito en los protocolos médicos que no hay que decir que el niño es intersexual, hay que decir que ‘no está terminado’ y que la medicina ‘va a terminarlo’. Te decían que tenías cáncer de ovarios cuando eran tus testículos, por tanto crees que has sobrevivido a un cáncer y que realmente hacía falta operar. Se hace así, se guarda el secreto y se da mala información a los padres y a las personas afectadas. Hay una responsabilidad de la medicina porque es ella la que no da esa información, al mismo tiempo la medicina está en una situación incómoda, porque la sociedad no le deja el espacio.
Pero yo me digo que la sociedad está lista.