Fenomenología del no
Por supuesto que decir no tiene consecuencias, me dijeron. El problema cuando dices que no es que ya llevas tiempo diciendo que sí, y nadie se lo espera.
Últimamente pienso mucho en todo lo que hacemos para ganarnos la validación de los demás, como si, de algún modo, nuestra vida fuera recoger un reconocimiento tras otro hasta el agotamiento. Pienso, también, en qué pasa cuando nos soltamos de esos reconocimientos, cuando activamente los rechazamos y pronunciamos la palabra: no. Pasa, como más de una habréis experimentado, que el mundo se vuelve en tu contra y de repente aquello que creías conocer desaparece.
Anne Boyer dice que “la historia estaba llena de gente que dijo no”. En un texto titulado, simplemente, “No”, reflexiona cómo, en ocasiones, ir contra el orden establecido significa cuestionar el orden de las cosas y hacer saltar el mundo por los aires. Cómo ese no acarrea, para quien se niega, un riesgo, una pérdida de estatus, e, incluso violencia. Violencia verbal, física, legal, institucional: you name it.
Pienso en todas las veces que dije no y en los castigos que recibí por ello. Pienso en el exnovio que me dejó porque consideraba que a mí me iba a ir demasiado bien en mi trabajo y que no me mudaría donde él quisiera (por supuesto, él no iba a hacerlo, pero eso se daba por hecho). No. Pienso en los familiares a los que dije no, cuya mentira y autoengaño no sostuve, y que, o cortaron todo el contacto conmigo, o suspendieron cualquier tipo de apoyo económico, amenazando con hacerlo extensible al resto de la familia. A veces, esto sucedió: había más personas con miedo a decir no. Personas con miedo a aceptar una versión de los hechos que no fuera la oficial. Personas con miedo a cuestionar el relato, a plantar cara. Personas que me pidieron que me disculpara por algo que no había hecho, y que, por lo tanto, perdí. No hubo una regeneración ni una catarsis. Pienso en las amigas perdidas (un tema del que apenas se habla), en cuando no quise vestirme como ellas, pensar como ellas, hacer o decir las cosas que se suponía que debía hacer con ellas. No. Pienso en todos los chicos a los que les dije que no. No. En todos los planes que decliné en la adolescencia. No. En todas las cosas que no quise hacer. No.
Pienso también en las situaciones laborales complicadas, en las veces que me han pedido, sin ningún pudor, que dejara pasar a otros simplemente por una cuestión de edad, o de contactos, o de retribución divina. “Dejar pasar” es un término muy habitual en mi entorno laboral. No. Pienso en que, desde pequeña, me ha gustado ser la buena estudiante, perseguir obsesivamente la validación a través de los premios, el reconocimiento y la simpatía, y en cómo esto, en multitud de ocasiones, se ha acabado volviendo en mi contra, teniendo el efecto contrario: no me gusta, no quiero hacerlo, no me apetece, no me callaré. No fingiré que soy alguien que no soy. No. Perder esa validación me explotó en la cara. También me hizo mucho más libre.
Por supuesto que decir no tiene consecuencias, me dijeron. El problema cuando dices que no es que ya llevas tiempo diciendo que sí, y nadie se lo espera. ¿En serio no se puede cambiar de opinión?, pensé. Entonces nunca diremos que no. Entonces nunca podré empezar a descubrir la persona que sería si pudiese serlo. Entonces dije no. Y sí, ocurrió lo peor. Pero no fue tan malo como podría haber sido: perdí a muchas personas, pero podría haberme perdido a mí para siempre. O peor: podría no haberme encontrado nunca.
El problema cuando eres socializada como mujer es que se espera que siempre digas sí: sí quiero complacer, sí lo haré, sí, todo me parece bien, ni hay ningún problema. Decir que no es negarnos a ese borrado de nuestra persona, de nuestra identidad, de nuestros valores, de quienes somos: renunciar a ocupar menos espacio, a moldearnos según lo que otros quieren que seamos. Decir no significa decir sí a muchas otras cosas, como apunta Boyer. Sí a nosotras, sí a respetar nuestros deseos, sí a decidirnos a descubrir quiénes somos, y no quiénes quieren que seamos. Sí a vivir de una forma más honesta. Sí a personas que nos ven y respetan lo que deseamos. Decir que no es dejar de vernos con la mirada de los otros y empezar a mirar hacia afuera. Averiguar de lo que somos capaz. Y, sí, hacerlo.