The ends
Ya sé que es normal que la regla se vaya un día y no regrese. Así como sé que la pandemia acabará algún día. Lo que no sé es qué viene después.
Nada dura para siempre
Todo tiene su final
Tenemos que recordar que no existe eternidad
(Todo tiene su final, Héctor Lavoe y Willie Colón)
Durante la pandemia comprobé todo lo que mi cuerpo era capaz de hacer, sentir, segregar, retener, romper, crujir. Y resistir. Sobre todo resistir.
En los dos últimos años he tenido rachas de llanto inexplicable, he sufrido la primera tendinitis de mi vida, he tenido pocas resacas -pero bastante hardcore-, me contagié de Covid-19 en su variante con nombre de Transformer, hace poquito perdí un diente. Y de paso, de pasadita, he llegado la premenopausia.
Casi todo esto ha tenido un inicio y un fin. El diente se repondrá con un implante que me costará un poco más que un pasaje transatlántico. Tal vez, dos pasajes. O tal vez, uno en clase business, que es algo a lo que no aspiro llegar porque me enferma tan solo el nombre. Business. Negocios como símbolo de Comodidad y Espacio entre asientos. Puaj. La tendinitis se superó gracias a unas sesiones rarísimas en donde aparentemente no hacía nada y hacía todo a la vez. Bienvenidas al fascinante mundo de la fisioterapia. El covid-19 llegó, me noqueó, me dejó temerosa ante el mundo y la posibilidad de recaer, contagiar, morir. Pero ya pasó, mi ciela. Besito pa ti. Todo bien y ahora ya camino por las calles al son de Katrina and the Waves. Sin embargo, es el fin de mi edad reproductiva lo que hace semanas me da vueltas y no sé ni cómo sentirme al respecto.
Despierta la mujer que en mí dormía
Cuando tuve mi primera regla, mi madre emocionada me dijo que ya era una mujer. Con mis doce añitos, me pregunté qué había sido hasta antes de mi primer sangrado. ¿No era nada? En mis años adolescentes, la primera regla no se celebraba como he visto que hacen algunas familias en las últimas décadas. No me dieron flores. No me llevaron a comer o a cenar o a tomar lonchecito. Pero sí recuerdo que mamá compartía esta información con tías y amigas. “Ya es una mujercita”, decía.
Ay mamá, mamá, mamá.
¿Ser mujer quiere decir manchar el calzón?
La regla y yo hemos sido como esas roommates que no son las mejores amigas, pero mantienen una convivencia cordial, amable, casi diplomática, sin contratiempos, pero a la vez sin celebraciones conjuntas. No, no asistí nunca a un seminario místico de salud menstrual en donde a ritmo de tambores e incienso me reconectara con mi diosa interior. Tampoco odiaba tenerla. Estábamos “en plan tranqui”.
Tenía un poco de síndrome premenstrual que se hacía evidente cuando veía Grey´s Anatomy y terminaba bañada en moco y lágrimas al final de cada episodio. Se manifestaba también en una irritabilidad hacia el mundo exterior o el mundo cercano. Es decir, mi pareja, mi perra, mi gato. Tendía a ponerme más mandoncita de lo habitual y a llorar un poco por la belleza de mis animales de compañía. “Eres tan lindo que no puedo soportarlo”, le decía a mi gato mientras él se lamía las patitas pensando, obviamente, en cómo asesinarme mientras dormía.
Bye bye Miss American Pie
En mayo del 2020, confinada, me di cuenta que ¡oh! no tenía regla desde hace casi dos meses. Me había hecho tests de embarazo y eran tan negativos que parecían gritarme: “oe, ya basta”. Fui a la doctora y me hizo otro test y me soltó un espeluznante mensaje: “en ocasiones a las mujeres, antes de que se les vaya la regla del todo, se quedan embarazadas. Hay varios embarazos justo antes de la premenopausia”. GRACIAS, doctora.
Tras descartar el embarazo, me preguntó por mis antecedentes familiares. No tengo. Mi madre tuvo una histerectomía temprana y mi abuela murió antes de tener la menopausia. La doctora me dijo que tranqui, que estaba viendo muchos casos de ausencia de regla por el estrés del confinamiento y me indicó un suplemento vitamínico llamado “aceite de onagra”. El nombre me sonó exótico y me gustó.
Durante el 2020, la regla fue y vino cuando quiso. Lo mismo en el 2021. Tuve reglas cada mes y luego cada dos meses. Una verdadera fantasía de sangre que nunca sabías cuándo llegaría. Esto, sumado a un panorama laboral bastante desalentador, y una pandemia que era televisada en directo todo el fuckin´ tiempo, me tenían en un estado emocional endeble. Intento definir cómo me sentía entonces porque triste no estaba. Estaba como vacía de ilusiones. Hueca por dentro. Y confundida. Sin saber si entregarme de todo a la miseria y soltar unas buenas lloradas. O resolver, hacer, gestionar y seguir como si nada.
Sí. Ya sé que es normal que la regla se vaya un día y no regrese. Así como sé que la pandemia acabará algún día. Lo que no sé es qué viene después. De la menopausia he leído tan poco y me culpo por mi falta de interés sobre el tema. Se ha asociado esta etapa de la mujer con la decrepitud cuando yo solo pienso que qué maravilla tirar tranquilamente sin la paranoia de embarazarse y ahorrarse el gasto en anticonceptivos. Pero no he elaborado mucho más al respecto. Lo mismo con el virus. Escuchaba a un epidemiólogo explicar que la pandemia acabará, pero que el fin no será una celebración. Osea, que tus globos de “bye bye covid” los puedes ir guardando. Que será de a pocos, que poco a poco volveremos a lo de antes (¿quiero yo volver a “lo de antes”?) y que bueh, así decía el epidemiólogo, “bueh, a lo mejor viene otro virus más, pero es que así es la historia de los virus y la humanidad”.
Es mi vida, qué puedo hacer si ella me eligió
Sé también que una no se da cuenta cuando envejece. Es el mundo quien te lo grita. Así como te diste cuenta de que eras chola cuando alguien te dijo “exótica” o que tenías caderas que parecen carreteras (El General dixit) cuando alguien te dijo “curvy” o que no eras la más guapa del barrio (Hombres G dixit) cuando alguien se refirió a ti como “es bien buena gente”.
Y sí, entiendo que la menopausia es el punto de partida en esa otra larga carrera que será la “edad madura”. Sí, claro que hay cincuentonas fabulosas. Las veo a mi alrededor. Pero, ¿seré yo una de ellas? Sí, claro que será maravilloso que me cedan el asiento en el bus porque siempre estoy cansada, pero ¿quiero ocupar el lugar de “gente que requiere asistencia”?
Es muy raro hacerse mayor porque yo me sigo viendo en el espejo con la misma cara de hace diez años. Esto es: con cada vez menos ilusiones, pero más sabiduría; con algunas líneas de expresión, pero que solo confirman que me he reído muchísimo; con cierta sequedad en la frente que se alivia con una crema hidratante que se lleva parte de mi mísero sueldo. Prioridades.
No sé aún si celebrar este fin de mi edad reproductiva. Tampoco sé si celebraré el fin de la pandemia porque ¿tiene fin? Solo sé que estoy agotada. Cansada de contar hace cuántos días que no tengo la regla. Cansada de ponerme y quitarme la mascarilla. Cansadísima. Extenuada de fingir que claro que hay esperanza en el mañana cuando lo único que quiero es flotar panza arriba en las tranquilas aguas mediterráneas y que me caiga el sol directito al rostro y que me salgan más arrugas por reírme y que en la orilla me esperen aquellxs a quienes quiero y, cómo no, la cerveza más fría del mundo. Nada más.