Hasta que la dignidad se haga costumbre - Tercera parte
Nadie merece sentirse triste por abortar. Ninguna mujer debería sentir que, en un mundo ideal, habría continuado su embarazo.
Aborté también el mito del compañero. El de izquierda, el aliado. Al ser deconstruido que cada tanto postea sobre la lucha feminista, haciendo gala de su apoyo —siempre oportuno— al movimiento de las compas a las que ve con ojos de lobo (“que sea feminista la hace más rica”, lo escuché; “lo mejor de la burguesía son sus vinos y sus mujeres”, me lo dijo). Ese compañero que a solas busca escuelearte (término que se usa en Perú para decir, con cierta burla, que alguien te quiere aleccionar). Dice “primero la revolución” y “las feministas deberían…”. Ningunea tus sentires o los sobredimensiona. Estás exagerando. Si hablamos en términos pretendidamente modernos, ese sujeto te hace gaslighting, hoovering y lovebombing. Básicamente, un narcisista que te manipula para alimentar su ego, que te llena de “amor” y luego te ignora… y después te busca nuevamente solo para volver a iniciar el ciclo. Tampoco somos víctimas de las circunstancias, pero cómo no notar tremendo daño.
me besa me chupa me devora me desaparece me anula
no hay espera dulce
Cómo duele esa contradicción. Cómo terminamos llorando por un pequeño instante de gloria. Estamos dispuestas a pasar pisoteos, controles estúpidos y reprimendas más severas que las de un padre sobreprotector, incluso a pelearnos con nuestras amigas, esas que luego nos recogen del hoyo y lamen nuestras heridas.
me cansé de la prosa macha
de los versos desgastados
del azar que nos gobierna
quiero desentrañarte diseccionar tu cuerpo comerme tus vísceras
tal vez así suba mi hemoglobina
escribimos para no desollarnos
***
El proceso fue doloroso, no porque estuviera “matando a un ser humano”. Lo que duele es el contexto y la culpa que una carga del discurso hegemónico: “si x hubiera pasado, lo habría tenido”. Sobre todo, duelen las mentiras que nos decimos. Todo eso es falso. No siento culpa, no quería criar a otro niño. No debería dolernos ser libres, pero sucede, y eso duele. Esa contradicción nos duele.
Nadie merece sentirse triste por abortar. Ninguna mujer debería sentir que, en un mundo ideal, habría continuado su embarazo. Maternar, criar seres humanos, es una tarea muy grande. No hay mundo ideal. Están las condiciones actuales y con ellas poco se puede hacer. ¿Por qué ser madre y persona tienen que ser excluyentes? Te venden la falsa realización y luego te castigan. ¿Cómo subvertir eso? ¿Cómo crear comunidades dedicadas al cuidado? ¿Cómo realmente formar/generar/parir/producir seres humanos felices?
Este es un país o un mundo que odia a los niños. Te alquilan departamentos, pero sin niños; si vas al cine, sin niños; si estás en el parque, en la playa, en la universidad…, sin niños. No todxs deberíamos p/maternar. Me parece egoísmo puro el vicio de procrear. Tener cuidados y subjetividades a cargo es bastante trabajo, porque no se trata sólo de cubrir necesidades materiales, sino también afectivas y emocionales. ¿Qué les hace sentirse todopoderosos?
***
28 de septiembre del 2019, Quito, Ecuador. Día de la Acción Global por el Acceso al Aborto Legal y Seguro.
Mujeres de todas las edades y latitudes de Nuestra América, colectivas y organizaciones, niñes, perros y hombres con pañuelos verdes se concentraron en la Plaza del Teatro, ubicada en pleno centro histórico y rodeada de iglesias. En esta ciudad, que aún conserva su paisaje colonial, se levantan carteles que gritan SE VIENE LA MAREA VERDE, EL SILENCIO YA NO NOS PERTENECE, y el definitivo EN LA CALLE YA ES LEY, sin miedo a miradas de una ciudadanía, en su mayoría, conservadora.
Esta plaza debe su nombre al Teatro Sucre, visitado por la clase más acomodada de Quito que, paradójicamente, convive con artistas de la calle, desde bailarines de danzas típicas hasta cómicos ambulantes. Ese mismo contraste se observaba aquel sábado, cuando un grupo de mujeres tomó el micrófono-libre para relatar sus experiencias de aborto y acompañamiento. Salía una y, todas calladas, escuchábamos; algunas llorábamos; otras nos abrazábamos; al final, siempre aplaudíamos.
Una joven de 25 años contó que se convirtió en madre a los 18 —“bastante chica”— y que, hace un año, tuvo que interrumpir un segundo embarazo.
—Estoy por terminar mi carrera, no puedo quitarle a mi hijo la oportunidad de tener mejores medios de vida. No me arrepiento de nada.
Otra mujer, sobre sus 35, contó que también tuvo a su hija muy joven y que, hace un par de años, se enteró que nuevamente estaba embarazada. No estaba en sus planes. Yo también quise tomar la palabra, pero no pude. Se me hacía imposible sentir el arrojo de ahora, mientras escribo este testimonio para entregárselo a personas que quizá nunca conoceré. Andaba curándome de la ferocidad del desamor.
Andaba buscando respuestas, intentando entender y perdonar(me), cuestionando desde mi feminismo un sentir desconocido, amargo, que sin duda tenía que ver con la impunidad con la que los supuestos aliados siguen mostrando el pecho y cómo, a pesar de todo, algunas mujeres a las que consideramos compañeras, los aplauden. Audre Lorde dijo “tu silencio no te protegerá”. Lo tenía claro. Lo tengo claro. Es necesario evidenciar esas prácticas para que ninguna otra mujer se duela tanto, pierda tiempo y, si amerita, para que los varones se eduquen en responsabilidad afectiva; pero esto da para otro texto.
Andaba también muy triste, queriendo sanar y dejar de cargar ese peso incómodo dentro de mí. Mi buena amiga Y me comentó del Primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe sobre Justicia. Era realmente el primero en tratar la necesidad de una justicia no patriarcal, no estatal, no punitivista desde una perspectiva decolonial y convocado enteramente por mujeres, específicamente por la plataforma Justicias & Feminismos, integrada por más de diez colectivas de todo Abya Yala. Llegaron —llegamos— a la mitad del mundo desde México, Brasil, Perú, Argentina, Guatemala, Colombia, Bolivia.
Fueron tres días cargados de mesas de discusión, talleres, intervenciones artísticas, un ciclo de cine y una muestra colectiva, llamada “Prisión, gesto y cuidado”, que se exhibió en el Museo de la Universidad Central del Ecuador. Si bien el campus de esta institución y el de la Universidad Andina Simón Bolívar fueron las sedes del encuentro, todas estas actividades no pretendían ser estrictamente académicas. Al fin y al cabo casi todas las participantes eran abogadas, psicólogas, antropólogas, profesionales que exponían temas que habían estudiado durante años. Sin embargo, la mayoría tenía, como en todos lados, testimonios de violencia machista. Mujeres sobrevivientes de violación, de violencia económica, exconvictas, madres que habían perdido hijas por feminicidas.
Hablamos de reparación, denuncias, los sistemas penal y penitenciario, siempre desde una decisión consciente de subvertir todo tipo de lógica patriarcal, es decir, privilegiando el diálogo, la fragmentariedad, el cariño, la espiritualidad ancestral. Una de las actividades de su último día era la jornada de movilización nacional “Juntas por nuestro derecho a decidir”. Academia y calle, juntas, porque somos teoría encarnada.
me cansé de acusarte, de gritar impunidad
en Ecuador, una mujer me abrazó, me abrigó y consoló
una mujer que fueron muchas, que fueron todas
Alrededor del mediodía partimos. Arengas, pintas, gritos, abrazos, una fuerza incontenible a 2,850 metros sobre el nivel del mar. Una fuerza que dice no estás sola, nunca lo estuviste, nunca lo estarás. Éramos cerca de 600 personas, unas 300 del encuentro y otras 300 que se sumaron. ¡Hay que abortar, hay que abortar, hay que abortar este sistema patriarcal!
Dos cuadras más allá de iniciada la marcha, se pararon los buses. Ya no podían avanzar. Dentro de uno, unas monjas sostenían un cartel y banderas verdes. Luego, me enteraría por las redes sociales que las Histriónicas Hermanas Hímenez las encontraron en el aeropuerto y estas, al verlas, les hicieron el gesto de pulgares arriba. Alerta, alerta, alerta que camina la lucha feminista por América Latina. Y tiemblen, y tiemblen, y tiemblen los machistas que toda Abya Yala va a ser feminista. Suena la batucada.
Entre la alegría y el dolor, marchamos. Alegría, por seguir vivas y saber que luchamos por algo correcto; por recuperar nuestra dignidad, ansiarla y defenderla. Dolor, por nuestras hermanas muertas; dolor por nuestros propios abortos; dolor por miles de mujeres que seguirán pasando por el juzgamiento, el reproche y la indiferencia.
Una semana atrás, hubo una marcha que llegó hasta la Plaza Grande, también llamada Plaza de la Independencia, para reclamar por la despenalización del aborto para las mujeres sobrevivientes de violencia sexual. Allí se encuentra la sede del Gobierno y la residencia oficial del presidente. El gesto era enorme. Poquísimas veces, una manifestación logra llegar hasta ahí. Tres días antes, el 17 de septiembre, la Asamblea Nacional del Ecuador había ratificado con su voto la criminalización de las mujeres por interrumpir un embarazo producto de una violación y así siguió condenándolas a la clandestinidad.
Bajo esa consigna, hubo dos paradas en esta manifestación. Primero, la Asamblea Nacional, frente a la estación Eugenio Espejo, casi a la mitad de la marcha. ¡Asesinos, asesinos, asesinos son ustedes! En abortos clandestinos las que mueren son mujeres. Humo verde sobre las cabezas. Ya yo sabía, ya sabía que a los violadores los cuida la Policía, ¡ya sabíaaaa! Seguimos.
La segunda parada y final de la movilización fue la Fiscalía General del Ecuador, tres kilómetros después. De acuerdo con cifras de este organismo y el Consejo de la Judicatura, analizados por el Centro de Apoyo y Protección de los Derechos Humanos Surkuna, entre enero de 2013 y enero de 2019, 435 mujeres fueron criminalizadas en este país por interrumpir sus embarazos. Frente al Parque El Ejido, una barrera policial “protegía” el edificio. Las mujeres en la primera línea: ¡¡y ahora que estamos juntas!! ¡¡Y ahora que sí nos ven!! Intervino una manifestante: “Hoy, 28 de septiembre, Día de la Acción Global por el Acceso al Aborto Legal y Seguro, organizaciones de mujeres y feministas del Ecuador nos unimos al grito de la región para que todas las mujeres y personas con capacidad de gestar podamos tomar decisiones autónomas sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas sin ser criminalizadas o correr el riesgo de morir”.
Megáfono en mano, continuó: “La Asamblea Nacional del Ecuador decidió seguir forzando al sufrimiento a mujeres, adolescentes y niñas sobrevivientes de violencia sexual al negarse a despenalizar el aborto por violación. Ese mismo día, la Asamblea votó por no incautar bienes a quien fuera hallado culpable por corrupción, es decir, el encubrimiento de la corrupción”. El mensaje detrás de este fallo: hay cuerpos (personas) que valen más que otros. A la luz de los hechos, la penalización termina siendo revictimizante: además de que no atiende el problema, no lo previene. La punición solo agrava el círculo de la violencia. No es tema de moral, es un tema de salud pública.
no negocio mi dolor
adiós
***
Veo mis coágulos dando vueltas en el retrete y los despido sin pena mientras tiro de la palanca. La sangre que hoy muere pudo dar vida. No es una sangre maldita. No se derramó en ninguna guerra. Es una sangre que grita, que me grita, que me grita que soy fecunda, que soy fértil… pero más que eso, que puedo decidir sobre mi cuerpo y mi futuro.